Exportación de miel: el desafío para la Argentina es aumentar la comercialización de productos premium

28 Jul 2022

El 98% de las ventas al exterior son a granel; sin embargo, el precio del alimento envasado puede llegar a ser seis veces superior

La Argentina produce miel de muy buena calidad, según las evaluaciones técnicas, pero exporta el 98% granel, es decir, sin especificar su origen. Para ganar mercado con un producto fraccionado se requiere, según especialistas consultados por LA NACION, un fuerte trabajo con los varietales y con la historia, como es el caso de Nueva Zelanda con la miel Manuka, que se paga hasta US$400 el kilo.

La producción local de miel fue la cuarta a nivel mundial según los últimos datos disponibles a 2020 del Observatorio de Complejidad Económica (OEC) detrás de China (458.100 toneladas), Turquía (104.077) e Irán (79.955).

En el mismo año, los principales exportadores de miel natural fueron Nueva Zelanda (US$328 millones); China (US$229 millones), la Argentina (US$175 millones) y Alemania (US$155 millones). A nivel mundial, la miel ocupó el lugar 676 de los productos más comercializados en el mundo, y movió US$2290 millones, con un crecimiento respecto de 2019 del 14,8%.

Estados Unidos es el principal importador de miel del mundo -también el destino número uno de los embarques desde la Argentina-; le siguen Alemania, Japón (segundo y tercer mercado, respectivamente para la miel local), Reino Unido y Francia. El núcleo de la actividad apícola argentina, explica Lucas Martínez presidente de la Sociedad Argentina de Apicultores, se reparte entre La Pampa, Entre Ríos, Córdoba y Buenos Aires. “Allí se concentra la mayor cantidad de colmenas y de apicultores”, dice y subraya que la exportación nacional oscila anualmente entre 55.000 y 70.000 toneladas.

“Podríamos escalar fuertemente el mercado de las fraccionadas si hubiera más estabilidad interna –dice–. La materia prima es la miel, pero la condicionan, como a todas las exportaciones, el tipo de cambio, los costos logísticos, los de los envases. Ese segmento de negocios requiere de un desarrollo que lleva entre cinco y siete años para empezar a moverse”.

Martínez insiste en que, si se lograra que entre 20.000 y 30.000 toneladas se vendieran fraccionadas, el país se pararía de otra forma en el mapa mundial.

René Sayago, presidente de la cooperativa Coopsol –con sede en Santiago del Estero y que exporta miel a granel y, este año, tres contenedores de fraccionada a Estados Unidos–, repasa que después de un 2021 con precios “excepcionalmente altos” para el granel –llegó a los US$4 el kilo (valor superado por la orgánica)– ahora ronda los US$3,20, un precio que pone en juego la rentabilidad de los productores.

“Como la devaluación no acompañó la inflación, la situación es bastante crítica -señala-. La demanda internacional se mantiene, incluso con un corrimiento hacia lo orgánico que empezó con el Covid-19″.

Coopsol exporta desde los ‘90; el 85% de las 200 toneladas anuales orgánicas que produce va afuera. “Aumentar el volumen es muy lento; la falta de financiamiento compromete la expansión; estamos avanzando hacia Salta, pero se va despacio porque el acceso a créditos está prácticamente vedado”, sintetiza Sayago.

En lo que hace a fraccionado, concretaron a inicios de este año un embarque a Japón de 2000 frascos de 500 gramos de miel Wayra de los montes de Atamisqui y otro a Estados Unidos (hasta diciembre serán dos contenedores más). Avanzaron a esos mercados a través de un acuerdo con la empresa Biosophy.

La cooperativa trabaja con casi 300 campesinos de los bosques del Gran Chaco Americano por lo que la economía de la apicultura tiene un impacto directo en la calidad de vida de esas comunidades.

Argenmieles es una empresa nacional –es parte de la división de exportaciones del Grupo Grúas San Blas y nació en 2010 por la necesidad de la compañía de hacerse de divisas para importar– que exporta a unos 20 destinos (la mayor parte a granel) y es líder en el comercio internacional de miel fraccionada. Entre producción propia y comprada, gestiona unas 3000 toneladas anuales, de las que 95% va afuera.

La compañía tiene su centro de operaciones en Roque Saénz Peña, Chaco, y ofrece mieles multifloral y monofloral, cremosa, orgánica certificada y convencional. Lucas Andersen, su gerente, apunta que empezaron a producir con apicultores que eran clientes del grupo. La primera exportación fue a España y el primer embarque de producto fraccionado se hizo en 2013. Cuenta con otra planta en Tigre, además de la de Chaco.

“La venta a granel sigue las reglas de todo commodity –comenta Andersen–, se adecua a los precios internacionales. Los precios de la fraccionada son más sensibles porque van directo a góndola; hay que sostenerlos y apuntalar el producto. No es fácil llegar y mantenerse. Algunos costos internos nos juegan en contra”.

La planta de Roque Sáenz Peña tiene habilitaciones de la FDA y de la Fccba 2000, dos certificaciones exigentes que abren las puertas a mercados internacionales; en esas instalaciones producen fraccionada para marcas privadas de afuera. Andersen lo define como una “reconversión de importadores a granel a producto terminado”.

Coindice con Sayago en el crecimiento de la demanda internacional de orgánica y cuenta que en Chaco –con un monte nativo ideal–, en un trabajo de cuatro años combinado entre Estado, productores y privados, se logró la certificación de los productores individuales, lo cual implica un “salto cualitativo” y, además, precios “más estables y regulares” que la convencional.

La empresa está intentando ingresar al mercado chino con miel envasada: “Es siempre el gran anhelo de las compañías argentinas por lo que implica la expansión del consumo de la clase media que elige importados. Hubo misiones y esperamos que se habilite la entrada”.

Los productores coinciden en que la calidad de la miel argentina que se vende a granel es de “primerísimo nivel, apta para mercados muy exigentes”, pero termina convertida en blend mezclada con la china y una “de origen” como puede ser también una argentina, vietnamita, neocelandesa o local.

El inconveniente para la exportación de fraccionada -describe Ricardo Parra, de Las Quinas, que exporta unas 50 toneladas anuales a granel- radica principalmente en el costo de los envases (los de vidrio son pesados y, en los últimos tiempos, difíciles de conseguir y los de PET requieren de varias certificaciones).

“Es importante llegar al mundo con valor agregado y etiqueta, pero se requiere un trabajo completo y de largo aliento -continúa-. Si la demanda que surge es menor a un contenedor, por los costos no se justifica el embarque”. Parra está convencido de que el “máximo valor agregado que hoy se está en condiciones de dar es en semielaborado que, por ejemplo, es envasado en destino para steaks a usar en bares”.

Aunque la Manuka neocelandesa es cara y logró su lugar en el mercado, no es la más costosa del mundo. La variedad Elvish, de las cuevas turcas de Saricayir Dagi, llega a pagarse US$6000 el kilo.

Riesgos a controlar

La Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO) describe que algunos polinizadores como las abejas, las aves y los murciélagos inciden en el 35% de la producción agrícola mundial, elevando la producción de 87 de los principales cultivos alimentarios del mundo, y de muchos medicamentos derivados de las plantas. El 75% de los cultivos de todo el mundo que producen frutas o semillas para uso humano como alimento dependen, al menos en parte, de los polinizadores.

En la Argentina una investigación del grupo Ecología de la Polinización, del Instituto de Investigaciones en Biodiversidad y Medioambiente de la Universidad Nacional del Comahue y del Conicet, advirtió hace dos años que el aumento del área cultivada con soja en la Argentina se asocia con una caída del 60% en el rendimiento en kilos de miel por colmena.

“Las abejas necesitan acceder a una oferta de polen y néctar diversa y abundante a lo largo del año, para así obtener una nutrición equilibrada y desarrollar poblaciones numerosas y saludables”, señala Grecia de Groot, autora del trabajo junto con los investigadores del Conicet Marcelo Aizen, Carolina Morales y Agustín Sáez.

La producción apícola, además de miel, genera otros productos como polen, jalea real, cera, propóleo, núcleos, reinas, polinización, apitoxina y subproductos tales como cerveza con miel, cosmética apícola, caramelos de miel y propóleo, velas a partir de la cera natural de las abejas y la hidromiel o aguamiel, una bebida producida solo a base de miel, agua y levadura, que contiene acciones benéficas para la salud.

Desde el sector entienden que debe existir una ley apícola nacional que impulse y respalde la actividad. En 2007 se instrumentó un plan nacional a diez años y hay varias normas provinciales -por ejemplo, en Buenos Aires, Córdoba, Río Negro, Santa Fe, Entre Ríos-, pero subrayan que se requiere de más institucionalidad.

Fuente: La Nacion